Aceptar que nuestros hijos no son una extensión de nuestra
persona es clave para su desarrollo personal.
Recuerdo que en una ocasión cuando estaba visitando a un
estudiante particular de MIS CLASES PARTICULARES, me encontré con un joven de
mirada triste que cursaba III medio en un colegio muy conocido y prestigioso de
Santiago.
Cuando comencé a conversar con él, me empecé a dar cuenta que a pesar de ser un
joven amistoso, destacado atleta y tener muy buen rendimiento escolar, no
estaba siendo feliz y se sentía muy frustrado.
Cuando le pregunté cuál era su motivo para sentirse tan
triste y frustrado, me comentó que no sabía muy bien, pero que por más que se
esforzara, él nunca lograba ser el mejor de su curso. Él sentía que estaba
destinado a ser el segundo o tercero en todo y eso le producía rabia y frustración.
Cuando le pregunté cómo le iba en su equipo de básquetbol dijo que le gustaba
participar, pero cada vez que se enfrentaba a un partido sus manos le sudaban,
se angustiaba y rezaba para no perder porque si pasaba eso tendría que escuchar
los comentarios de sus amigos o familiares y eso lo incomodaba. No porque no
les importará, sino porque le daba miedo lo que le podían llegar a decir. Fue
así como fuimos conversando hasta que llegó la mamá y se sentó a nuestro lado.
Me bastaron 5 minutos para darme cuenta cual era el problema
de ese joven. Quiero aclarar que no soy sicóloga y que mi opinión es desde el
ámbito pedagógico.
Desde el momento que la mamá se sentó a su lado, el joven
desapareció como por arte de magia. No habló más, se echó hacia atrás en el
sillón y se cruzó de brazos. La mamá estaba ansiosa por contar lo que le
sucedía a su hijo. Esa actitud frecuentemente es muy buena, pero en este caso
no fue así. Ella elogió a su hijo, pero sin percatarse, siempre lo estaba
comparando con su marido. Decía cosas como: “Martín es un niño brillante, pero
no entiendo por qué no logra mejorar sus notas”, “Martín no tiene malas notas
en matemáticas, eso es verdad, pero él podría ser mejor porque tienes que saber
que su papá es un matemático excepcional”, “¿Tú sabías que es un brillante basquetbolista?
Igual que su papá. Mi esposo era seleccionado en la universidad. Era el capitán”,
“Martín está en III medio y aún no sabe qué estudiar. Nosotros le decimos que
tiene que estudiar algo que deje dinero. Mi esposo tiene 3 profesiones y
siempre se ha destacado por ser el mejor en lo que hace”, y así suma y sigue. La mamá no dejaba de
hablar y el joven se iba enterrando en el sillón cada vez más.
Lo que quiero graficar con esto, es que muchas veces sin
querer minimizamos a nuestros hijos con comentarios que no aportan nada. Juramos
que los estamos ayudando, pero estamos haciendo justamente lo contrario.
Es difícil aceptar que nuestros hijos tienen intereses distintos
a los nuestros, que sus capacidades no son lo que nos gustaría, que lo
apasionan distintas cosas, que ven el mundo completamente distinto a nosotros.
Pero ¿qué podemos hacer antes eso?. ¿Recriminarlos?, ¿Exigirles que hagan lo
que nosotros deseamos?, ¿Obligarlos a seguir nuestros pasos porque así se “aseguraran”
una buena vida”?, ¿Los obligaremos a vestirse bajo nuestros cánones de moda o
los dejaremos adquirir su propia identidad de acuerdo a su edad?
La última pregunta dice algo muy importante “de acuerdo a su
edad”. Aceptar la identidad de nuestros hijos no significa que los dejamos
hacer lo que quieran, cuando quieran y como quieran. La idea es entregarles las
herramientas adecuadas para que ellos puedan ir adquiriendo conocimientos,
desarrollando destrezas y manifestando actitudes que promuevan el amor propio y
el respeto por el otro.
Un niño o joven con una autoestima sólida, con poder de
decisión, con una red de apoyo, llegará donde él quiera llegar. No tendrás que
agobiarlo con que estudie, con que haga sus tareas, con que ordene su pieza,
con que participe de reuniones familiares. Sólo tendrás que guiarlo.
Trabajando tantos años con niños y adolescentes, me han
permitido reconocer que la clave para que un estudiante logre sus metas
personales y académicas depende mucho de la imagen que tenga de sí mismo y de
lo que él sabe que es capaz de hacer o llegar a ser.
No los agoto más con palabras. Les dejo un video muy bueno.
Tal vez el papá es un poco efusivo para algunos, pero pienso que retrata
bastante bien el mensaje que les quiero transmitir.
Disfruten el día a día.
Karolina Sánchez
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